23 jul 2011

Ser o creerse, esa es la cuestión


Es verdad que en Argentina hay 40 millones de entrenadores. Todos sabemos, todos opinamos, todos analizamos, todos argumentamos, refutamos, interpretamos, aclaramos, explicamos y deducimos lo que pasa. El fútbol da para todo y para todos, indudablemente.
No quiero caer en la crítica fácil, despiadada, violenta, de aquellos que presumen saber más que otros. Presumimos para ser más francos. Pero la Copa América, como en su momento el Mundial, las anteriores Eliminatorias, y anteriores Copas América, y anteriores Mundiales, dejó a la vista de todos que Argentina es un país de directores técnicos. De sabiondos y sabelotodo.
Y de un día para otro, el Checho Batista se convirtió en el centro del círculo hacia donde se dirigen todas las flechas.
Es cierto que a muchos de nosotros el actual técnico de la selección argentina nunca nos gustó, porque a la hora de ver el CV realmente no había hecho demasiados méritos. Ni en All Boys, ni en Vella Vista de Uruguay, en Argentinos, en Talleres de Córdoba, en Chicago ni en Godoy Cruz pudo sumar más del 50 por ciento de los puntos que disputó. Tampoco trascendió en Japón, aunque como sostén importante hay que adjudicarle la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, título que muchos le confieren más a la jerarquía técnica de los jugadores que a la mano del técnico.
Nadie lo quiere ver más a Batista en el banco de la selección. Y para alegría de algunos, de algunos cuantos diría yo, de uno de cada 10 argentinos para ser más honestos, el Checho seguramente dejará de ser el DT argentino a partir del próximo lunes, si no antes.
Más allá de estar a favor o en contra de la continuidad de un proyecto que sinceramente no entusiasma a nadie, sorprende ver lo extremadamente resultadista que es el argentino futbolero.
Argentina nunca jugó bien en la Copa América, “su” Copa América, aquella que todo el país esperaba incluso más que las Eliminatorias y hasta que el Mundial que viene, porque consagrarse en Brasil parece más una utopía que una posibilidad.
Pero si Tevez no erraba el penal en la definición, o si Muslera no tenía la soberbia actuación que tuvo, o si el uruguayo Pérez se iba a las duchas antes de tiempo, como correspondía, la Albiceleste seguramente hubiera llegado a la final, porque no me imagino una derrota ante Perú en semis.
En este caso, la eliminación sirvió para entender que Batista no era el camino. E insisto, para confirmar cómo el argentino se deja llevar por los resultados, en este caso negativos, que sumados a los que se vienen registrando desde hace 25 años ya no dejan lugar a inequívocos.
El problema que tenemos en Argentina es el que venimos padeciendo desde hace décadas. Somos los mejores, creemos que lo somos, estamos convencidos de que lo somos y queremos convencer a otros de que lo somos. Pero no lo somos. Argentina es un país de egocentristas por naturaleza. Y en todos los ámbitos de la vida. Cuesta, y a la vez cuesta entender el porqué cuesta tanto, reconocer los errores, caer en la autocrítica, asumir roles, mirar hacia adentro y no echar culpas, delegar responsabilidades.
En la Afa le echan la culpa a la prensa, la prensa al cuerpo técnico, éste a la mala suerte o la poca fortuna. Los jugadores cuestionan el mal estado de la cancha, la gente se la agarra con Messi, Messi se calla y entonces otorga. Y así estamos. Girando en un mundo vicioso, donde nosotros mismos formamos parte de ese veneno que nos está llevando a la muerte.
Yo, si se me permite y siguiendo el juego, me la agarraría con Julio Grondona, porque estoy convencido de que todo nace desde arriba. Pero no haría más que cerrar ese círculo dominado por el “sálvese quien pueda”.
Los periodistas debiéramos reconocer que aportamos, y en una medida generosa de dosis, a esta confusión generalizada. Hoy por hoy, los chicos, y con seguridad los grandes también, conocen más a Messi que a San Martín, Belgrano, Sarmiento, Rosas. Nosotros alimentamos con nuestras voces y nuestras plumas (entiéndase teclado) el fervor que adquiere ese ídolo vestido de ángel, de salvador, de fenómeno mundial. Y no hacemos más que engañarnos. Y engañar. Y ese engaño se va contagiando, va multiplicando efectos hasta cegarnos. Y hablamos, seguimos hablando siempre de lo mismo, mientras vemos, no sin un grado importante de preocupación, cómo selecciones que técnicamente estaban a años luz, de a poco empiezan a marcarnos el camino, como Venezuela, Perú y Chile.
Así y todo, sigo convencido de que Argentina tiene más, mucho más, en calidad y cantidad, que estas selecciones. ¿Pero no estaré equivocado? ¿Yo y otros tantos que piensen igual?
Entonces me pongo a pensar. ¿Alcanza con tener a los mejores del mundo? ¿No será mejor –no me pregunten cómo- empezar de cero, del más bajo nivel, y empezar a trabajar desde las bases?
Puedo volver a darme el gusto y pedir la cabeza de Grondona (aún no puedo creer, si es cierto que finalmente se concreta, que tenga decidido llevarse a José María Aguilar a la FIFA), y confiar en un sincero cambio radical, donde más allá de los resultados (porque Argentina bien pudo haber sido campeona con este paupérrimo equipo), se piense en otro modelo. Que nos incluya a todos, pero de otra manera. Donde aparezca la crítica constructiva, esa que cuesta escuchar y a la vez entender.
Por ahora somos muy viciosos y el humo nos contamina a todos. ¿Alguien está dispuesto a dejar de fumar?

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